Comienza la matanza.
No me separé del cuerpo rígido e inerte de mi aliado, derrotado por la muerte, hasta que escuché al aerodeslizador. Se lo llevarían, y podría descansar.-Ahora estarás mejor...-Dijé entre sollozos y con un gran peso en el pecho que oprimía mi garganta y hacía que al tomar aire hiciese ruiditos extraños. Luego le besé la frente y cerré sus ojos. Abrí la mano en la que aún agarraba fuertemente la daga, quitándosela y poniéndola en mi cinturón. Di pasos hacia atrás, comenzando a bajar la colina sin dejar de fijar la vista en Cliff. Mi amigo. Empuñé con toda la fuerza posible el hacha. Ahora, estaba sola. No tenía compañía, y solo había dos salidas: Una muerte horrible y con sufrimiento, o seguir viviendo pese al mucho esfuerzo que debería de hacer y los daños que debería de pasar. La muerte ya no era mi opción. Iba a aferrarme a la vida todo lo que pudiese. Iba a volver a casa, a abrazar a mi hermano y a decirle a mis padres que les quería. El juego no había acabado aún.
Divisé el aerodeslizador a través de la fina lluvia que caía con fuerza, y hacía que el pelo y la ropa se pegase a mi cuerpo. Un viento frío hizo que volviese la vista ladera abajo. Esbocé una sonrisa malévola. "Diez tributos, por poco tiempo..." -Pensé.
Corrí por el suelo inclinado, lleno de la hierba húmeda, siendo lo mas calculadora y hábil posible para no caer rodando.
La alcanzé en menos de quince minutos, con las manos apoyadas en sus rodillas, algo flexionadas. Eso hizo que mi sonrisa se ampliase aún más. Estaba cansada, y eso era un punto a mi favor. Sujeté con mas fuerza el hacha, y on mi mano libre cojí el puñal de Cliff.
-¡Vas a pagar por lo que has hecho!
Dorrothy me miro con los ojos inyectados en sange y empezó a buscar su arco en el suelo. Tan solo le quedaban un par de flechas más en el carcaj. Busco la ranura, temblorosa. Avancé hasta ella y la di una patada en el pecho, haciendo que cayese hacía atras y rodase un poco. Ya no tenía su arco.
-No, por favor...
-Deberías habértelo pensado antes de matar a mi aliado...
Se dio la vuelta y gateó intentando huir de mi. La agarré del pelo con fuerza, deshaciendo un poco el peinado que sus estilistas la habían hecho la mañana del primer día de los Juegos. Arqueó la espalda hacia abajo, chillando y pidiendo auxilio mientras se agarraba a la hierba y la arrancaba. Nadie sería tan estúpido de ayudarla. Alzé el hacha y di el golpe final. Sus chillidos se ahogaron, y fueron sustituidos por un cañón. Su cuerpo quedó inmóvil en el suelo y la lluvia caía sobre el. La robé una pequeña mochila que tenía y me fui. Al principio, lo único que sentí fue euforia y cólera, luego todos los sentimientos hicieron hundirme un poco, pero de todas formas sonreía. Nueve tributos. Estaba cerca de casa.