¿Gracias?
Me quedé helada. No precisamente por la fría ventisca cargada de nieve y fina lluvia congelada, si no por la terrorífica visión de aquel monstruo. Había visto los mutos del Capitolio anteriormente. La primera vez, poco después de que Cliff me encontrase desorientada al borde de morir a causa del hambre. Parecía ser que no había mucha atención en las pantallas por lo que enviaron unos mutos con un ligero parecido al de los lobos pero más grandes, para perseguirnos. Escapamos lanzandonos al agua torrencial del río. Los segundos mutos, aunque no recuerdo su aspecto, fueron las serpientes que me habían mordido y habían causado que se me pudriese media pierna, aunque ahora estaba mucho mejor. Pero aquel muto, era el doble de feo, el doble de grande, y el doble de aterrador.
Los gritos escalofríantes de la chica, la tributo del 11, atravesaban mis tímpanos como si fuesen cuchillos con las hojas afiladas.
La chica de tez oscura, se arrastraba como podía por la fría nieve intentando escapar de las garras -literalmente- del monstruo.
Aquella criatura, debía de medir dos metros y medio, era oscura, y cada vez que se movía se escuchaba algo parecido al metal, como cuando mi padre afilaba las hojas de las hachas. Sus ojos, tenía cuatro, era verdes brillantes. Tenía también cuatro brazos acabados en garras afiladas que de vez en cuando se hundían en la piel de la chica y esta emitía un grito de dolor.
Decidí quedarme quieta, agachada, invisible para el monstuo y para la chica hasta que todo terminase. Pero las cosas no salieron así. El muto se percató de mi existencia, hizo un giro rodando su cuerpo, de forma que avanzó lo suficiente para que dos garras se encargasen de la chica del Distrito 11, y dos de mi.
No reaccioné hasta que la primera garra se clavo en mi muslo. Grité. La garra se movía en mi pierna atravesando venas y arterias, haiendo que la sangre brotase de ella y dejando una herida. El dolor recorrió mi cuerpo, y por instinto, partí el brazo de la garra con el hacha una vez que el monstruo la saco. Pateé y rodé por el suelo para esquivar la otra garra. La nieve se metió entre mis ropas y se derritió. Hice movimientos increíbes para que la afilada garra no se me clavase en la cara o en una zona vital para vivir y avancé hasta quedar cerca del muto para darle el golpe final que acabaría con el. Una vez el horrible muto cayo al suelo por haber acabado con el, vi a la chica malherida y con la ropa hecha jirones. Estaba de pie, exhausta, con las rodillas flexionadas y las manos sobre ellas. Escupió al suelo y luego me miro. Extendió una mano hacia un bolsillo y sacó algo afilado. Volvió a la posición de antes para respirar más relajadamente y yo la contemplé. Algo en mi interior sabía lo que iba a ocurrir, y supe que tenía toda la razón cuando la chica empezó a correr hacía mi con el cuchillo en mano. Dio un salto y ambas caímos a la nieve. Hacía fuerza para clavarme el cuchillo en el corazón, y era más fuerte de lo que creía.