Monstruo
Las nubes blancas, con un ligero tono grisáceo, ocultaron el cielo negro estrellado que cubría la arena, dejando a cada uno de los tributos sin nada de luz de luna para poder ver en la noche. Degraciadamente, en la mochila de Dorothy no había linternas, y tampoco contenía cerillas para prender una antorcha. Miré al cielo un par de veces más y algó empezó a caer de el. No era lluvia, era más frío que la lluvia. Finos cristales de hielo caían del cielo a un ritmo constante, despacio, y cada vez que chocaban contra mi cuerpo o el suelo se derretían. Era nieve. En el Distrito 7 nevava en invierno y a veces la gente podía quedarse en casa por el riesgo que el hielo ocultaba. Trabajar en los bosques con un grueso manto de nieve que protegía al hielo, era algo peligroso que podía costarte una lesión, incluso la muerte. Yo sabía que los vigilantes no lo iban a poner fácil. Alternaban las precipitaciones como les daba la gana, y apostaría a que la mayoría de los tributos no sabía nada sobre las tormentas de nieve. Quizá los del doce, los del diez, los del ocho si siguiesen vivos... los demás serían unos completos ignorantes respecto a este tema.
La nieve caía con más fuerza, y lo único que tenía era; Mi ropa, un hacha, una daga, barritas energéticas, una cantimplora con agua, y una especie de reloj de arena pero que tenía un tapón en el que se podía sacar la arena. No lo entendí.
Mi propósito para aquella noche era no dormir, no estar quieta, pues si no te mueves tu cuerpo se congela y puede causarte la muerte. Las caras de los tributos caídos aparecieron en el cielo tra el himno de Panem. Noté como me rasgaban el corazón a tiras cuando Cliff apareció en él. No volvería a estar aquí, no volvería a sentir su cálida mano en mi mejilla, jamás. Por extraño que pareciese, no lloré. Me quedé mirando al cielo todo lo seria que pude estar, me llevé los tres dedos centrales de la mano a la boca y luego los elevé al cielo. Era un gesto de despedida. Ahora estaría en un sitio mejor que en el que estaba yo metida. Pensé en el Capitolio, en Snow. Un ataque de ira se apoderó de mi y sentí la necesidad de gritar, de acabar con todo lo que pudiese. De dañar a todo lo que se moviese. Pero no lo permití. Si acababa con todos ellos les daría el gusto de divertirse a aquella gente, por otro lado no me quedaba otra. Dos impulsos contrarios batallaron en mi interior. ¿Que podía hacer en contra de todo eso? Solo tenía diecisiete años...
Un grito desgarrador de una chica me distrajo de mis pensamientos. Solo de oírlo te helaba la sangre. Ella, estaba cerca. Fuese lo que fuese podría acercarse a mi tras acabar con ella. Empuñe la daga y el hacha, me colgé la mochila y me preparé para atacar. Esperé un rato. La chica seguía gritando, cada vez más cerca, pero no veía nada. Entonces comenzó el viento, y los rayos que dejaban ver siluetas en la oscura noche, y la vi. Huyendo de algo. Algo espantoso...
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