Llegué a casa cuando los tentáculos de la oscuridad comenzaban a adentrarse por el Distrito. La luna, grande y radiante ya se podía ver en el cielo, rodeada de centenares de puntitos plateados que brillaban en la negrura del cielo. Mi hogar. Ya estaba de vuelta, tras todo el sufrimiento vivido desde que Minerva Brightness había alzado la voz para gritar mi nombre el día de la Cosecha.
El tren se detuvo poco a poco, y casi no noté que ya habíamos llegado a la estación. Blight me puso una de sus manos en el hombro, tranquilizandome.
Le había pedido a Vibia que me vistiese con ropa simple, pero debió de ignorarme. Lo único que hice fue poner mala cara, no quería discutir con ella. En el tren no había cámaras. Así que no dije nada y dejé que me vistiera. Al principio no me pareció mala idea. Había sacado unos pantalones sencillos de color negro con tachuelas doradas y una camiseta negra, pero luego sacó un abrigo verde de plumas con un tocado con redecilla del mismo color. Lo odié. Me recogí el pelo en un moño bastante deshecho pero que quedaba bien junto al tocado, y Vibia me disimuló las ojeras con un poco de maquillaje.
Cuando bajé del tren las cámaras ya estaban ahí para grabarme. No me esforzé en sonreir. No me apetecía, pero además Blight me había dicho que no lo hiciera. Me hice paso entre las personas hasta llegar a mis padres y a Paul, y nos fundimos en un cálido y largo abrazo en el cual me protegían de las cámaras. Estaba de vuelta. Con ellos. Y ya no me importaba nada más. El tocado verde se cayó de mi pelo (me alegré por ello) y no me molesté en recogerlo. Mi padre me abrazó para conducirme a casa a recoger mis cosas. Ya no viviría cerca de la urbe del Distrito, ahora tenía una casa gigante cerca del bosque, en la Aldea de los Vencedores. Blight, Minerva, Vibia, nos siguieron hasta mi casa. Blight ponía malas caras e intentaba ocultarse de las cámaras, mientras que Vibia y Minerva sonreían intentando posar con la mejor de sus sonrisas.
No tardamos en llegar a casa, y ahí, cerramos las puertas y corrimos las cortinas. Volví a abrazar a mi madre, que lloraba y no paraba de repetir << Mi pequeña.>> Mi padre me acariciaba las mejillas sonriente, susurrando que por fin había llegado y que no era un sueño. Paul me abrazó tan fuerte que a veces me costaba respirar. La verdad es que no me fíaba, parecía todo tan bonito que de vez en cuando me preguntaba si no sería todo un sueño y cuando despertase aún seguiría en la arena, sobre aquellas montañas y el cielo encapotado permanentemente. Me solté bruscamente con la vista clavada en las tablas ennegrecidas del suelo de madera.
-¿Estas bien, Johanna? -La voz de mi hermano intentaba transmitir tranquilidad.
Me arrodillé en el suelo y toqué la madera. Miré mi mano, y en el dedo vi el puntito rojo que tenía en la yema de un dedo. Lo había causado una espina de las rosas que me habían dado tras la entrevista de Caesar.
-¿Estoy despierta?
En realidad era una pregunta retórica, y no tenía la menor idea de por que la había formulado en alto.
-Si cariño. Ya estas con nosotros en casa.-Con tan solo oír a mi madre sabía que seguía entre lágrimas.
Volví a pasar los dedos por la madera clávandome un par de astillas. Me quejé e intenté sacarmelas. Volví a levantarme con cuidado, sin apartar la vista de los dedos, entonces sentí un metal frío bajo mi garganta, y un líquido espeso corriendo por mi cuello. La cara de Paul se deshacía como la cera y daba lugar a la de Grint. Las manos que rodeaban la empuñadura de la daga que estaba en mi cuello eran de mujer. Otra voz... ¿Blight? Sonaba desde atrás, y contaba números. Cuando acabó, un silencio inundó la sala. Y Grint habló.
-Que comienzen los 71º Juegos del Hambre.
La daga se clavó en mi garganta, y empezé a notar el sabor de la sangre en mi boca. Me ahogaba con ella. Las manos que me sujetaban se esfumaron y caí al suelo, con la mano en mi garganta.
Me desperté. Aún estaba en el tren. ¿Qué hora era? Me había dormido. No podía haberme dormido. Me froté la frente. Algunos rayos de sol se filtraban entre los árboles altos. ¿Dónde estabamos? No podíamos encontrarnos muy lejos.
-¿Has dormido mal, me equivoco?
La voz de Blight era grave y retumbaba en el vagon produciendo un pequeño eco.
-No ha sido mi mejor noche.
-¿Un mal sueño?
Suspiré y me abrazé a mi misma. Él ya sabía la respuesta. Él ya lo había vivido.
-¿Cuándo pasarán? ¿Cuándo podré volver a dormir si temor a que mi hermano se convierta en mi enemigo?
Blight suspiró rascándose la barbilla e inclinándose hacia delante, apoyando uno de sus codos en su rodilla izquierda.
-Cada persona es diferente Mason...-Mason, eso dolía, y me recordaba a Cliff.- No se van tan fácilmente. Yo aún tengo pesadillas sobre mis Juegos. No se van nunca, simplemente intentas olvidarlos. Intentas cubrir tus miedos con otras cosas durante el día, pero por la noche es distinto. ¿Puedes controlar tus sueños? Porque yo no. Si algún día logras controlar tus sueños, dímelo.
-¿Entonces no voy a poder dormir bien nunca más?
-Yo no he dicho eso. -La sombra de una sonrisa se le dibujó en su cara.- Cuando llevas teniendo durante más de veinte años los mismos sueños aprendes a... vivir con ellos. Intentas dormir poco, aprovechar el día, no dejar ratos libres para pensar.
-¿Siempre sueñas con tus Juegos?
-No. -Dijo seco y torció la sonrisa haciendo una mueca.- A veces los Juegos no son lo peor de las pesadillas.
Se levantó y despareció por la puerta, dejándome de nuevo sola. Sola con mis pensamientos. Y mis miedos.
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