Me había sentido cerca de la muerte antes. La primera vez, era tan pequeño que tenía vagos recuerdos de lo que sucedió. Era uno de los inviernos más duros que había vivido, pero eso no me impedía divertirme. Correr por el bosque me gustaba, pero a veces, la nieve cubre con una espesa capa el hielo que hay bajo tus pies, entonces el hielo se rompe y caes en el agua congelada. Mi madre me dijo varias veces que me había encontrado con la piel blanca y los labios morados, el pulso disminuyendo poco a poco... La segunda vez había vuelto a ser en invierno. Había cojido un refríado que habían intentado curar con hierbas medicinales, y algun que otro antibiótico, pero no había funcionado. La fiebre me subía cada día más, y algunos hombres ya le daban el pésame a mis padres, pero entonces un día empezé a encontrarme bien. Mi madre le llamó día milagro.
No podía apartar la vista de Rosie, y ella no podía quitar la expresión de dolor y tristeza mientras agarraba la mano de otra chica y las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Sentía como si estuviesen rasgando a tiras mi corazón para luego pisar los trozos partidos. Una mano se posó en mi hombro mientras la voz que hablaba resonaba por toda la plaza, pero yo la oía lejana, como si estuviese bajo el agua. Cloe Pinebreath me tendió su menuda mano y yo la estreché. Dos agentes de la paz me guiaron hasta el Edificio de Justicia, y perdí a Rosie de mi vista.
Nunca había estado allí dentro. Todo era elegante y refinado. Mubles bonitos de madera roja con múltiples adornos dorados en cada esquina. Lámparas gigantes de crístales de colores que colgaban desde el techo. Estaba confuso. Sabía lo que pasaba, pero. ¿Yo elegido en la Cosecha? Lo había pensado varias veces, es cierto, pero... nunca había creído en serio que la posibilidad de salir elegido fuese real. Quiero decir, uno entre... ¿cuántos? ¿Mil chicos? ¿Más?
La puerta se abrió y mi padre entro en la estancia. Sólo mi padre. No parecía muy sentimental. En vez de parecer que iba a perder un hijo, parecía que le hubiesen dicho que hoy para comer no había pan. En realidad, nunca me había llevado muy bien con él, sobre todo desde que varios años atrás le había levantado la mano a mi madre. Desde aquella vez, mis padres no volvieron a hablar como antes, y yo tampoco con él. Cuando mi padre salio, entró mi madre. Se arrodilló en frente de mí, y me acarició las mejillas y me dió un beso la frente. Sequé sus lágrimas y la dije que no se preocupase entonces más lágrimas salieron de sus ojos, y una rodó por mi mejilla.
-Sé que puedes ganar. Los Oakheart suelen sorprenderte.
-No esta vez...
-Por favor, no me lleves la contraria ahora. Deja de ser tan realista, e intenta fijarte en las posibilidades.
-Soy hábil. Y rápido. Si, alguna oportunidad tendré.-Dije, para animarla.
-Hazme caso, hijo.-Sonrío forzadamente y soltó mi mano a duras penas cuando acabó el tiempo.
Luego entraron Olive y Olwer con el resto de mis amigos, pero no estaba Rosie. Luego entró Meredith, la vieja vecina que de vez en cuando me cuidaba cuando era niño, y que ahora, de vez en cuando también, yo la cuidaba a ella. Y luegó entró ella, corriendo, y me abrazó. Y no sonreía. Sus ojos no transmitían alegría, ni nada... Estaban vacíos. La acaricié el pelo, como si fuese ella la que en verdad marchase a los Juegos, e intentó calmarse, pero no paraba de llorar.
-Tu vas a volver. ¿Me oyes? Tienes prohibido morir en los Juegos.
-Volveré.
-Prometémelo Blight.
La aparté el pelo de la cara con ternura y la di un beso acariciando su mejilla. Entonces recordé todas las veces que había estado con ella, pero con una sonrisa y no una mirada triste.
-Te lo prometo Rosie. Me tendrás de vuelta. Y seremos las personas más felices de Panem.
-Seremos felices...-Susurró.-Con eso me basta.
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