7/17/2014

Johanna: Capítulo 37

La mano de Snow me conducía por los estrechos pasilllos solitarios. No era una mano amiga. Era distante, fría y poderosa. En aquel momento, no sabía donde estaba. Hacía ya varios minutos que no había vuelto a ver a una persona, fuese estilista, avox. inluso una persona normal del Capitolio. No me atreví a hablar. Oía la fuerte respiración del Presidente en mi espalda. Estaba nerviosa. Blight no me había avisado sobre que el Presidente Snow hablaría conmigo tras la entrevista, y por eso creía que en realidad Blight no sabía que el Presidente iba a hablar conmigo. ¿Cómo debía actuar ahora? ¿Debería seguir con la falsa realidad, o mostrarme débil e indefensa? Miré mis pies. Caminar con aquel vestido era horrible, sobre todo cuando había que bajar escaleras, pero Snow no permitía que me parase. Obviamente Blight me hubiese dicho que ni se me ocurriese volver a los lloriqueos.
<<Esa Johanna ya esta muerta, ¿lo recuerdas?>> Susurraba una vocecita irritante en mi interior. Y la verdad, es que tenía razón. No creo que al Presidente Snow le sacudiese una oleada de ternura por verme llorar cuando cada año echaba a veinticuatrro niños a una arena para que se matasen entre sí. No. Los lloros ya no funcionaban, ya no era una niña pequeña.
La mano se torció, y giré a la izquierda. Snow abrió una puerta, y me hizo pasar, quitando su gélida mano de mi espalda. No había nada. Tan solo un escritorio, un sillón, y una vieja librería de madera oscura a medio llenar. Snow avanzó hasta el escritorio y deslizó uno de sus dedos por la superficie, sin sentarse en el sillón. Le observé desde la esquina de habitación, lo más alejada de él posible. No me daba confianza, y en cierto modo, le temía.
-¿Y bien? -Me limité a decir, fría.
-Señorita Mason... -Suspiró- Ha sido una buena entrevista, ¿eh?
Me encogí de hombros y puse una mano en mi cintura, cansada.
-No creo que haya sido diferente a la del año pasado. Y a la del anterior. Y el anterior... Y sucesivamente hasta los primeros Juegos.
-Me refería para usted. -Carraspeó- Dígame, ¿Cuándo cambió tanto? No recordaba que la niña que lloraba en el desfile fuese una víbora letal. Cada palabra que dice es como un puñetazo para el Capitolio. ¿Quién la hizo que cambiase de actitud, eh?
-Quizá en vez de compararme con una víbora debería compararme con una rosa. Son preciosas ¿verdad?, pero tienen espinas. -Miré mi dedo, con el que la espina de la rosa blanca había transpasado mi piel.
-Me gustan las rosas. -Se relamió los labios.-Seguramente esté desando volver a casa.
-Es todo un adivino. -Me apoyé en la pared.
-Voy a andar sin rodeos Mason. Tu actitud, daña al Capitolio. Notoriamente la gente te ama y ahora no puedes hacer que la niña del Desfile regrese, porque te aman como eres ahora, cruel y con la espantosa verdad siempre por delante... Pero controla tu veneno. En segundo lugar quería hablarte de tu trabajo. Ya sabes, la gira de la Victoria dura un año, pero... ¿después?
-Después me limitaré a cortar troncos con un hacha, creo que se asemeja mucho a cortar cabezas, no me supondrá ningún esfuerzo. -Escupí las palabras con ironía y asco.
Snow torció la sonrisa y me miró. El me llamaba víbora, pero sus ojos si que eran de una serpiente de verdad.
-¿Sabes cuál es el trabajo de Finnick Odair?
Finncik Odair era un vencedor realmente atractivo del Distrito 4 que había ganado seis años atrás. Ahora tenía unos diecinueve o veinte años, pero todo el mundo sabía que tenía varios amantes en el Capitolio. El Presidente Snow se quedó mirándome implacable.
-No pienso hacer el trabajo de Finnick.
-Pienso que eres astuta y no estúpida. ¿Sabes? Tienes una preciosa familia...
El miedo enraizó en mi interior, creciendo desmesuradamente.
-No te atreverás a hacerles daño.
-Yo no he dicho eso señorita Mason, solo he alabado a su preciosa familia. El resto, depende de ti...
Intenté controlar mi respiración, pero, ¿Acaso podía? Estaba al borde de quedarme inconsciente cuando Snow hablo.
-Después de la Gira de la Victoria, venga a verme. Hablaremos, como los amigos que somos.-Me dedicó una sonrisa repugnante que me dió arcadas.- Ahora, su tren la espera.

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