Llevaba evitándolo desde hace tiempo, pero tenía que visitar a mi hermana tras todo lo que ella había hecho por mí en los Juegos.
El cementerio se encontraba al otro lado del Distrito, no muy lejos del bosque, cerca del pueblo. Estaba lleno de árboles altos y secos, muy descuidados. Todo lo que estaba cercano a él, era muy lúgubre. Estaba rodeado por unas vallas viejas y oxidadas, y el perímetro se dividía en distintos tramos. Desde hacía años, el Distrito había decidido reservar un sitio para los tributos caídos. Noventa y nueve chicos del Distrito 7 habían muerto a causa de los Juegos, uno de ellos, mi hermana.
Era tan triste pasear por allí... A cada sitio que mirabas, encontrabas una tumba. No miraba ni los nombres, ni las fechas. Pensar que todos aquellos chicos habían muerto siendo más o menos de mi edad, hacía que sintiese algo desagradable en el estómago. La mayoría de las tumbas estaban descuidadas, y con el clima del 7, crecía la maleza sobre ella rápidamente. La de Cloe, era la última de todas. Tenía flores frescas y velas.
¿Cómo podía haberme demorado tanto en venir?
Aunque en realidad, estar ahí no me hacía ningún bien. Sentía como en el fondo estaba muriéndome de culpabilidad por seguir vivo y no enterrado junto a ella.
Me agaché y deposité sobre la fría lápida de piedra gris unas cuantas flores amarillas que había recogido en el bosque. Me sorbí la nariz y me limpié una lágrima que resbalaba por mi mejilla.
Cerré los ojos y me senté junto a la tumba.
-Hola...-Dije en un susurro. No sabía muy bien porque estaba hablando, pero necesitaba hablar con alguien sobre todo lo que ocurría en mi vida, y parecía ser que Cloe era la única que se dignaría a escuchar.- A veces me pregunto si no hubiese sido mejor para todos que esto acabase de otra forma. Ya sabes... Yo, aquí, ganador y todo eso... Es muy, muy duro. No me hablo con mis padres. no me hablo con mis amigos. Mis mentores creen que soy feliz. Las pesadillas me persiguen. Consumo la vida de Rosie, y me estoy pudriendo por dentro. Lo noto. Odio estar así pero no se que hacer para acabar con esto. Igual debería de haber ganado Flint. O Jade... Yo la maté, ¿sabes? No logro quitármelo de la cabeza. Yo maté a nuestra aliada. Por mucho que la temiese, en el fondo, era mi amiga. Ella nos ayudó...-Sentí como se me quebraba la voz y suspiré. Cogí una piedra y la tiré con fuerza bien lejos. Luego cerré los ojos y apoyé mi cabeza en mis rodillas, abrazando mis piernas.
Una voz hizo que volviese a abrir los ojos y mirase a mi alrededor. No me sorprendió ver la figura de mi hermana sobre su lápida, porque ya la había visto otra vez después de su muerte, en los Juegos. Llevaba el mismo vestido largo y blanco, y el pelo cayéndole sobre los hombros.
-No la mataste tu. Ella te lo pidió. Ella quería que ganases tú.
Ladeé un poco la cabeza preguntándome si en realidad estaba soñando o si había perdido la cabeza completamente.
-La gente de aquí me odia por todo Cloe. Mis amigos no me hablan. El otro día unos chicos se metieron conmigo porque...
-Envidia.-Zanjó Cloe.- Es el precio de la victoria. No dudes que te mereces estar viviendo, sufriste y luchaste mucho, y tu recompensa está aquí. Los principios son difíciles Blight. Pronto las cosas mejorarán.
-¿Cómo estás tan segura?
-Confía en mí. Una vez más.
Y esta vez, sin evitarlo, empecé a llorar en silencio.
-Odio mi vida...-Susurré.
-Otros desearían estar viviendo Blight. No te quejes de lo que tienes...-La voz de Cloe no era tan cálida como la recordaba, pero sin duda alguna, eso sonaba muy propio de ella.- Si pudiese, te daría un abrazo, pero es hora de que te vayas. Tienes que ir al doce.
Me froté los ojos para aclarar la vista y limpiarme las lágrimas, pero cuando volví a mirar a la tumba de mi hermana, Cloe había desaparecido. Volví a preguntarme por mi estado de cordura.
Subí al tren que me llevaría al doce a la una del mediodía. Nadie sabía que me iba. Nadie salvo Haymitch y Cloe. No le había dicho nada a Rosie porque posiblemente se empeñase en acompañarme, o en su defecto, se quedaría preocupada todo el día por mi culpa. No me hablaba con mis padres, y me sentía lo suficientemente independiente como para hacer cosas sin contar con ellos.
A decir verdad, estaba nervioso. Pero no por estar solo, si no porque quizá Haymitch me ayudaría. Él ya había pasado por esto, y conocía mejor que nadie sus inconvenientes. Además, me parecía bastante sincero, y si no eso se podía solucionar con un poco de alcohol.
El viaje sería largo, ya que se encontraba a la otra punta de Panem. Y así fue. Duró un día y medio, así que cuando llegué al doce, ya era noche cerrada.
Verdaderamente, no tuve primera impresión del Distrito, ya que no pude ver nada, pero me sorprendió el hecho de que no hubiese toque de queda. Podía respirar la calidez del lugar en el ambiente, totalmente opuesta al frío del siete.
No tardé mucho en encontrar la Aldea de los Vencedores. Solo una casa tenía las luces encendidas, por lo que no me costó adivinar cual sería la vivienda de Haymitch. Tardé mi tiempo en llamar a la puerta. ¿Qué diría al verme allí tan tarde? ¿Me dejaría pasar?
Pero finalmente llamé.
Haymitch me abrió la puerta. No parecía muy contento, pero me dejo pasar. Miré la casa con curiosidad. Era exactamente una réplica de la mía interiormente, aunque probablemente más desordenada.
-¿Qué tal el viaje?-Me preguntó Haymitch, entre dientes mientras se dirigía al salón.
-Largo.-Contesté siguiéndole.
Haymitch cogió una chaqueta que estaba tirada sobre el sofá y señaló la puerta.
-Aquí no.-Me dijo, y salimos fuera.
Caminamos durante un rato sin hablar,y los dos con las manos metidas en los bolsillos y mirando al cielo lleno de estrellas. Caminamos y caminamos, apartándonos del centro del Distrito tanto que se me hizo raro que los Agentes de la Paz no nos siguiesen. Finalmente Haymitch se paró, miró a los lado y me dijo serio.
-Paso uno, no te fíes de nada. Siempre habrá alguien escuchando lo que dices. Los teléfonos están pinchados. La mayor parte de los lugares de las casas también. El Distrito, todo... tienes que buscar puntos ciegos.
Yo asentí rápidamente.
-Ahora, si quieres, puedes contármelo todo. Incluso tus mayores secretos. Nadie te oirá aquí, a parte de mi, claro.-Dijo Haymitch con una sonrisa.
Miré a los lados, y empecé a hablar.
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